Padres exigentes hijos

Padres exigentes con los hijos

 

Las exigencias de los padres a sus hij@s.

“De los 3 a los 13 años, amé cada minuto que pude jugar, y eso se lo debo a mi padre. El tiene mucho que ver con mi éxito actual…pero en la adolescencia sentía que mi padre ponía muchas expectativas en mí. Nuestra relación se basaba exclusivamente en el tenis. Yo quería que él fuera mi padre, no mi entrenador«.

André Agassi.

 No en pocas ocasiones hemos sido espectadores de disputas en partidos de fútbol, baloncesto…de categorías inferiores donde los padres y entrenadores abroncan, llaman la atención, pierden las formas e incluso insultan a los niñ@s que disputan el partido. ¿Os suena?, seguro que sí. Hoy hablamos de la exigencia que imponen muchos padres a sus hijos y que resulta casi enfermiza. Hablamos de esos padres que no dejan elegir a los hijos su futuro y cómo eso se convierte en una losa de mucho sufrimiento para los hijos. Creando un clima familiar tenso, proclive a discusiones, disputas y enfados, de desconfianza, con miedos e inseguridades en l@s niños.

“Hoy los padres quieren hijos bien formados, competitivos, con buenas notas, y muchos exigen altos rendimientos sin tener en cuenta si sus hijos pueden o no alcanzar ciertas metas o sin preocuparse de si los chavales comparten los mismos intereses o cómo se sienten”, indica Isabel Menéndez Benavente, psicóloga especializada en niños y adolescentes.

Gonzalo Hervás, profesor de Psicología en la Universidad Complutense, enfatiza que, aunque algunos donde más aprieten sea en el ámbito académico, la mayoría de padres exigentes suelen serlo en todo: en el orden, en las tareas de casa, en los horarios, en el deporte, en las actividades de ocio… porque tienen la exigencia y el deseo de perfección como valor de su filosofía familiar. Quizá porque, como apunta Tiberio Feliz, profesor de la facultad de Educación de la UNED, “la exigencia es una forma de ser”.

Y ¿qué ocurre cuando se pide demasiado? Todo depende de las capacidades, de los intereses y del carácter del niño. Si puede y quiere alcanzar las elevadas metas que le marcan, es posible que tenga un rendimiento óptimo y acabe desarrollando una personalidad exigente y perfeccionista, como la de sus progenitores. Si los objetivos le resultan inalcanzables o no le gustan, se frustrará, se bloqueará o se rebelará. En todo caso, lo normal es que acabe siendo una persona insegura, dependiente, con baja autoestima, predispuesta a la ansiedad y con poca emotividad y espontaneidad. ¿Por qué?

Porque los padres exigentes con frecuencia aplican un estilo educativo autoritario, se muestran intransigentes y tratan de controlar todo lo que hacen sus hijos para que respondan a sus objetivos. “Los padres democráticos pueden ser exigentes, pero si están acostumbrados a llegar a acuerdos, la exigencia se verá compensada y rebajada mediante la discusión y consenso con los hijos, de forma que es más difícil que caigan en el exceso”, reflexiona Tiberio Feliz. Y explica que cuando los padres se pasan de exigencia, cuando presionan para que el hijo responda a su proyecto y están permanentemente encima de él diciéndole lo que ha o no ha de hacer, se provoca dependencia.

“De pequeños pueden resultar muy obedientes y ordenados, pero son niños con poco criterio y poco autónomos, y eso puede dar problemas cuando sean adolescentes y adultos; porque si no interiorizan los valores les resultará difícil tomar decisiones y esperarán que alguien les diga lo que han de hacer”, explica el profesor de la UNED. Hervás coincide en que los hijos muy exigidos, sobre todo cuando la exigencia no va acompañada de un fuerte colchón afectivo, acaban siendo muy inseguros.

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