“Si los padres exigen y no dan muestras de afecto de forma frecuente, los niños se sienten frágiles y creen que si no cumplen los objetivos que les ponen serán rechazados; eso les crea inseguridad y acaban siendo personas que tratan de demostrar constantemente lo que valen, lo que las predispone a la ansiedad, al miedo y a las fobias; a algunos, los perfeccionistas, la inseguridad les hace esclavos del detalle y viven frustrados porque no siempre logran lo perfecto, y a otros la inseguridad les bloquea y les convierte en personas muy pasivas”, comenta.
El exceso de exigencia responde, en general, a una forma de ser, a una personalidad insegura que necesita controlar todos los pormenores. De ahí que la mayoría de padres exigentes sean también personas muy autocríticas y perfeccionistas con ellos mismos, que cuando ven que los hijos no están cumpliendo sus ideales de perfección se sienten molestos y cuando abandonan una actividad en la que destacan piensan que están desperdiciando su talento.
“La persona exigente es estricta y demandante, quiere que las cosas sean de una forma determinada, lo pide, y va a intentar que se haga así, sea él, la pareja o los hijos quienes lo hagan; y en el caso de los hijos, como están en inferioridad de condiciones, es fácil que caiga en el autoritarismo para conseguirlo”, reflexiona Tiberio Feliz. Añade que el estilo de vida actual, apresurado, también influye en la tendencia a aprovechar la superioridad paterna para usar la vía corta y rápida del autoritarismo, porque escuchar, negociar y llegar a acuerdos exige más tiempo que mandar “porque soy tu padre” o “porque yo sé qué es mejor para ti”.
Por todo ello, debemos favorecer la relación padre-hijo desde el amor, el cariño, el respeto, disfrutar de los momentos compartidos, vivencias y confidencias crear y construir una relación enriquecedora para ambos. Y abandonar la exigencia, el imperativo, la orden y la presión, porque exigirle al otro más de lo que el otro puede dar, es forzarle a hacer algo que no puede (momento, manera o lugar), no desea, a realizarlo por obligación, sin voluntad propia y por tanto se fomenta la desgana, desidia e indefensión generando inseguridad, desasosiego e incluso problemas emocionales (ansiedad, ira, depresión), escolares (suspensos, problemas atencionales o de concentración) y de conducta en casa, en la escuela o con sus amigos, como desencadenante a su situación.
Porque ser padres es querer y desear lo mejor para nuestros hijos, pero NO imponiendo nuestros deseos, ni depositar nuestras esperanzas frustradas en objetivos planificados para ellos… debemos conocer los deseos, inquietudes y motivaciones de él, apoyarlas, fomentarlas y favorecerlas, siendo un reforzador, aconsejándole no siendo un obstáculo, de este modo disfrutaremos juntos de sus éxitos y seremos su apoyo en los malos momentos.
Porque en definitiva el DEPORTE es salud, diversión, fomenta conocer a gente nueva con gustos similares, favorece la concentración y atención, pero No es castigo, exigencia máxima y sufrimiento.
¿Qué opináis al respecto?
Os adjunto un VÍDEO donde la psicóloga Mª Jesús Álava Reyes opina al respecto de este tema.
Visto en: http://www.ondacero.es/audios-online/te-doy-mi-palabra/psicologia/psicologia-exigencia-hijos_2014061500001.html#